viernes, 11 de noviembre de 2011

LEONARD COHEN: FRAGMENTO DEL DISCURSO PREMIO PRÍNCIPE ASTURIAS DE LAS LETRAS 2011


LEONARD COHEN

Majestad,
Altezas,
Excelentísimas e Ilustrísimas autoridades,
Miembros del Jurado,
Distinguidos premiados,
Señoras y señores
Es un gran honor estar aquí ante ustedes esta noche. Quizás, como el gran maestro Riccardo Muti, no estoy 
acostumbrado a estar ante un público sin orquesta tras de mí, pero lo haré lo mejor que pueda como artista en solitario hoy.
Anoche me quedé en vela, pensando qué podía decir aquí, en esta asamblea de distinguidas personas. Y después de comerme todas las chocolatinas, todos los cacahuetes del minibar, garabateé unas pocas palabras. No creo que tenga que hacer referencia a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado por ser reconocido por la Fundación. Pero he venido aquí esta noche para expresar otra dimensión de mi gratitud; creo que puedo hacerlo en tres o cuatro minutos y voy a intentarlo.
Cuando estaba haciendo el equipaje en Los Ángeles, tenía cierta sensación de inquietud porque siempre he sentido cierta ambigüedad sobre un premio a la poesía. La poesía viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Así que me siento como un charlatán al aceptar un premio por una actividad que yo no controlo. Es decir, si supiera de dónde vienen las buenas canciones, me iría allí más a menudo.
Mientras hacía el equipaje, cogí mi guitarra. Tengo una guitarra Conde que está hecha en el gran taller de la calle Gravina, 7, en España. Es un instrumento que adquirí hace más de 40 años. La saqué de la caja, la alcé, y era como si estuviera llena de helio, era muy ligera. Y me la acerqué a la cara, miré de cerca el rosetón, tan bellamente diseñado, y aspiré la fragancia de la madera viva. Ya saben que la 
madera nunca llega a morir. Y olí la fragancia del cedro, 
tan fresco como si fuera el primer día, cuando la compré. 
Y una voz parecía decirme: “Eres un hombre viejo y no 
has dado las gracias, no has devuelto tu gratitud a la 
tierra de donde surgió esta fragancia”. Así que vengo 
hoy, aquí, esta noche, a agradecer a la tierra y al alma 
de este pueblo que me ha dado tanto. Porque sé que un hombre no es un carnet de identidad y un país no es
solo la calificación de su deuda.
Ustedes saben de mi profunda conexión y
 confraternización con el poeta Federico García Lorca. 
Puedo decir que cuando era joven, un adolescente, 
y buscaba una voz en mí, estudié a los poetas ingleses
 y conocí bien su obra y copié sus estilos, pero no
 encontraba mi voz. Solamente cuando leí, aunque
 traducidas, las obras de Federico García Lorca, 
comprendí que tenía una voz. No es que haya copiado
 su voz, yo no me atrevería a hacer eso. Pero me dio 
permiso para encontrar una voz, para ubicar una voz,
 es decir, para ubicar el yo, un yo que no está del todo terminado, que lucha por su propia existencia. Y
 conforme me iba haciendo mayor comprendí que
con esa voz venían enseñanzas. ¿Qué enseñanzas 
eran esas? Nunca lamentarnos gratuitamente. Y
 si uno quiere expresar la grande e inevitable
 derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo 
dentro de los límites estrictos de la dignidad y de 
la belleza.


[...]

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