lunes, 15 de abril de 2013

El placer de narrar, por Luis Landero

SOBRE EL PLACER DE NARRAR
Al fin y al cabo, nos pasamos la vida contando historias: es decir, contando lo que nos pasó ayer, lo que esperamos hacer mañana, lo que hemos pensado, imaginado o soñado, contando lo que alguien nos contó o recordando, que es también una forma de contar.
Todos somos Simbad, ese mercader que vive pacíficamente en Bagdad y que un día se embarca para ir a negociar a lejanas tierras, sufre un naufragio y corre aventuras magníficas. Y esto le sucedió siete veces. Luego, con los años, regresa definitivamente a Badgag, retoma su vida ociosa y se dedica a contar sus andanzas a un breve auditorio de amigos.
Pues eso es lo que más o menos hacemos cada día. Simbad es Proust, pero también es la señora que vuelve del mercado y le cuenta a las vecinas lo que acaba de ocurrir en la frutería.
No sé por qué, pero nos produce placer narrar, recrear con palabras lo que hemos vivido. Recrear, es decir que nunca contamos fielmente los hechos, sino que siempre inventamos o modificamos algo: a la experiencia real le añadimos la imaginaria, y eso es sobre todo lo que nos produce placer.
De ese modo, vivimos dos veces el mismo hecho: cuando lo vivimos y cuando lo contamos. A menudo pasa que, en la realidad, hemos representado papeles secundarios en un suceso; al contrario, sin embargo nos reservamos el papel de protagonista (aunque sólo sea porque lo hemos contado desde nuestra perspectiva). La realidad nos pone en nuestro sitio; luego, nosotros, por medio de la narración, ponemos a la realidad en el suyo. El mendigo deviene en príncipe, la realidad se rinde ante el deseo, la vida se confunde por un instante con el sueño.
Luis Landero

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